Tal día como hoy, 17 de octubre de 1753, se tomó una decisión histórica.
La historia de los signos de interrogación proviene de los carolingios, según la RAE, que estuvieron dominando Europa Occidental entre los siglos VIII al X. Los signos de admiración se veían ya en manuscritos latinos medievales. En aquel entonces, los signos solo se escribían al final de la frase.
El signo de interrogación se utiliza para formar preguntas, por tanto se lee con un tono interrogativo. Con el de exclamación ocurre lo mismo, pero se utiliza para enfatizar frases, alzar la voz y para expresar sorpresa, alegría…
Después de muchos debates, se decidió poner el signo de interrogación delante del enunciado también, pues pensaban que solo detrás no era suficiente para marcar bien el tono de la pregunta o exclamación. Por esa razón, tal día como hoy, 17 de octubre de 1753, se tomó una decisión histórica para la lengua española: el signo de interrogación se iba a invertir para ser utilizado al iniciar las preguntas en enunciados largos. Pero las interpretaciones sobre oraciones cortas y largas diferían mucho. En 1870, la RAE estableció una orden que decía que todas las preguntas iban a ir con signo de interrogación o exclamación al principio y final de cada enunciado.
El signo de exclamación fue doble un poco más tarde, bajo el nombre de signo de admiración, en 1884. En 2014, en la 23.ª edición de la Real Academia, el signo de admiración pasa a llamarse signo de exclamación para ajustarse mejor al significado del mismo.
Los economistas del lenguaje son partidarios de eliminar los signos de apertura, de hecho pocos los usan al escribir mensajes de texto. Sin embargo, la postura de la RAE es clara: «los signos de apertura son correctos en el idioma español y no deben suprimirse por imitar otras lenguas».
Querido lector, ¿eres de los que escribe uno o dos signos?
Autores: Diego Bagán, Toni Oltra, Daniel Salafranca